La niña Quilefán vivió engañada por muchos años, pues, en repetidas ocasiones, ella recibía regalos que no tenía en mente, pero que, finalmente, no le llegaban a desagradar.
Algunas veces se llegaba a sentir un poco mal de que otros niños no tengan la misma oportunidad de tener juguetes en aquella fecha. Sentía una especie de remordimiento al ver niños que trabajaban el 24 de diciembre. Ella trató de atenuar este malestar, disminuyendo, cada año, la cantidad de regalos.
Después de algún tiempo no muy extenso, Hascalana se dio cuenta de que la existencia de San Nicolás era ilógica y absurda, por lo que decidió no volver a pedir más regalos.
Desde aquel instante, la Navidad, para ella, perdió algo de pureza e ilusión, ya que dejó de existir un motivo material por el cual luchar año tras año.
Asimismo, ella se sentía muy complacida de ver los colores de los fuegos artificiales que se disparaban en el cielo nocturno.
Por otro lado, a Hascalana le interesaba demasiado el tema de la decoración de su pequeña guarida.
El olor del pavo y del puré de manzana le causaban gran emoción, pues le daba mucha importancia a la cena. Hasta el día de hoy.
Todos los preparativos de la noche buena son una razón para que los niños vivan inquietos, año tras año, con la ilusión de la navidad.
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