Hace cinco años, cuando Hascalana tuvo la grandiosa oportunidad de llevar un pequeño curso en el Conservatorio Nacional de Música, pudo darse cuenta de que los músicos clásicos como Wolfang Amadeus Mozart, Johann Sebastián Bach, Ludwing Van Beethoven; aún tenían vida y su presencia se reflejaba en las melodías que se ejecutaban, diariamente, en aquel lugar.
Hascalana, gracias a un par de cursos, logró empaparse, un poco más, de la música culta.
Sin embargo, no todo fue aprendizaje; lo más emocionante fue la creación de sus propias sonatinas, de las cuales, hoy en día, se enorgullece.
Ella solía ir algunos días que no había muchas clases en los salones donde se encontraban los pianos, para, de esta manera, poder adueñarse de este genial instrumento por una media hora.
Hascalana entraba sola con su grabadora. Ella tocaba con mucha fuerza, a pesar de que había salones que se encontraban en clase de algún otro instrumento como por ejemplo el violonchelo, guitarra y flauta traversa.
No obstante, ella sentía cierta inquietud, ya que, en cualquier momento, podía entrar cualquier persona a querer apropiarse de este intrumento. Muchas veces, ella lograba tocar ininterrumpidamente y se grababa con una sonrisa en los labios.
Hasta ahora recuerda que, una vez, ella no pudo tocar porque las teclas se encontraban mojadas y olían a detergente.
Hascalana, increíblemente, salía sudando. Algunas de sus canciones se encuentran en la cinta de uno de sus numerosos casetes, pero no se logran escuchar perfectamente, ya que su querida grabadora está desfasada.
Desafortunadamente, Hascalana Quilefán ha olvidado algunas notas musicales de sus sonatinas, esto se debe a la falta de práctica, ya que ella no cuenta con un órgano en casa. Sin embargo, eso no es pretexto para no recordarlas, puesto que, de vez en cuando, ella trata de hacer memoria, ejecutándolas en su pequeña melódica que se encuentra en su aislada guarida.
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