viernes, 26 de noviembre de 2010

Lima en la cumbre

Cuando Hascalana Quilefán se encuentra en la azotea de su querida guarida, le invaden dos sensaciones: temor y curiosidad. Estos dos factores se confluyen logrando producir una osadía que pudo ser atenuada gracias al interés visual y panorámico que ella posee por su ciudad.
Después de haber vencido a la nefasta acrofobia, ella consigue poner en actividad a sus púpilas traviesas y azarosas.
Hascalana observa con detenimiento las contrucciones de su ciudad, fija su atención en unos prismas lejanos que son los edificios de la residencial San Felipe, analiza el movimiento rutinariode las luces de los casinos  y capta con asombro unas curvas antiguas y barrocas pertenecientes a toda capilla construida en época de antaño.
Instantes después, ella logra escuchar la bulla que emiten los carros de la ciudad y observa con preocupación y sorpresa la cantidad de humo que se desprenden de los micros y automóviles.
Solo en ese momento, la niña Quilefán toma conciencia de que vive en una ciudad aparentemente bella en el ámbito panorámico, pero un tanto desordenada y contaminada en cuanto al  tráfico y la gente que habita en ella.

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