Cuando Hascalana, Ordenxa y su acompañante bajaron de la pequeña camioneta con sus paquetes, Tishpha saludó animosamente a sus familiares. Instantes después, todos subieron las escalinatas de la guarida de Tishpha. Era un lugar humilde, con habitaciones pequeñas y un espacio muy pequeño que era utilizado como comedor y cocina. Había una mesita de madera, un par de sillas de plástico y una silla de madera que estaba a punto de romperse.
Lo primero que hicieron fue conversar un poco en la recámara de Tishpha sobre su situación ocrosina. Después de un par de horas de estar charlando, decidieron salir a un restaurante a cenar. Era aproximadamente las siete de la noche. Cenaron pollo a la brasa con una gaseosa y, para variar, Ordenxa no comió mucho. Hascalana comió más lento que de costumbre porque la presencia de un gato, impidió la celeridad en sus actos nutritivos, pero igual comió todo.
Cuando la cena culminó, partieron de nuevo a la guarida de Tishpha para acompañarla en su soledad ocrosina. Como de costumbre, Hascalana se aburrió de tanta plática familiar y decidió reposar un ratito en aquel colchón incómodo de la cama de Tishpha. Ella se recostó y al cabo de una hora, más o menos, despertó. Su madre y padre Ordenxa le dijo que se quedara durmiendo pero ella no quiso. Hascalana se levantó de inmediato, se puso dos chompas, dos pantalones, una chalina, un chullo, los guantes de su madre y partieron al hotel. Solo fue necesario caminar unos pasos para llegar a su destino. A penas llegaron, Hascalana fue de nuevo al baño y se acostó de inmediato con la esperanza de que el próximo día, pueda conocer mejor aquel distrito.
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