La moneda para cualquier territorio es importante, ya que se puede entender como símbolo de identidad de una nación. Los hermanos Quilefán cuando viajaron a la ciudad de Guayaquil, tomaron conciencia de que no hay nada más satisfactorio como estar en su tierra natal y hablar de los precios en el idioma del Nuevo Sol.
Meses antes de viajar, ellos pensaban que la moneda de aquel lugar era el bolivar o , quizá, el sucre. Los hermanos Quilefán se preocuparon levemente, ya que les estresó la idea de hacer una regla de tres con un valor inusual para ellos, sin embargo; hubo algo de alegría, ya que pensaron que podían traer algunas monedas o billetes como recuerdo de aquel lugar.
Felizmente, antes de su breve travesía, ellos se informaron de que la moneda ecuatoriana era el dólar, esto calmó mucho a los muchachos y a Ordenxa también, puesto que ya no tenían por qué adaptarse a una moneda completamente nueva ni a un valor aún no muy conocido.
Antes de que ellos viajaran, Ordenxa, madre y padre de Hascalana, les advirtió que podían ser engañados por la sencilla razón de ser extranjeros, por unas cuantas horas de diferencia, y por aún ser unos chiquillos inexpertos en materia económica.
Ordenxa les dio dinero de más, intentó darles varios billetes de diez dólares y les advirtió que no reciban vuelto de los ecuatorianos.
Sin embargo, como todo viaje causa estrés, Flocorlato decidió cambiar unos cuantos nuevos soles por dólares en la agencia de transportes de Máncora que conducían a la ciudad de Guayaquil.
A pesar de haber tenido dinero suficiente para sobrevivir unas cuantas horas de estadía en esa ciudad, ellos se estresaron y trataron de gastar lo mínimo en comida y en la compra de souvenirs.
Finalmente, cuando ellos retornaron de su viaje, se dieron con la sorpresa de que tenían un billete de diez dólares que no estaba en muy buenas condiciones de pulcritud y otro que se encontraba roto con disimulo.
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