viernes, 9 de abril de 2010

Entre parcelas quebradizas



¿Qué hacer un día entero en un pueblo pequeño? fue lo primero que se preguntó Hascalana al despertar. Cuando todos se levantaron, se dirigieron hacia la guarida de Tishpha para tomar desayuno. Comieron un pan con hot dog y bebieron una bebida caliente con vitaminas.
Culminada la primera comida del día, se dirigieron a la plaza para pasear un rato y para comprarle unas botas a Hascalana. Ella necesitaba calzado, ya que solo había llevado unas sandalias livianas que no eran capaces de embardurnarse tanto.
Luego regresaron a la residencia ocrosina de Tishpha. En ella, Hascalana, aprovechó para descansar un poco de su malestar de altura. Ordenxa cumplió con ciertas labores domésticas.
Horas después, Tishpha regresó de su trabajo y juntos se fueron al restaurante a almorzar.
El almuerzo fue generoso y respetuoso, ya que carecía de carne por ser jueves santo.
Después del acto de manducar, se dirigieron, otra vez, a la guarida. En ella, hicieron una pequeña siesta y departieron sobre cosas casuales. Instantes después, se fueron a cenar de manera apresurada.
Luego se dirigieron a la casa del Dios ocrosino para ser particípes de la eucaristía por jueves santo. La misa fue algo anómala, ya que el cura se expresaba en dos idiomas: quechua y castellano. Fue extensa, duró casi dos horas. Todos terminaron muy cansados.
Se dirigieron, todos friolentos, al escondite de Tishpha; sacaron sus utensilios de cuidado personal y retornaron al hotel para dormitar hasta el día siguiente.

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