miércoles, 11 de agosto de 2010

La batalla de los pulgares


Antaño, Hascalana era una oyente frecuente de la música clásica. Sus compositores favoritos eran Tchaikovsky, Bach, Beethoven y, obviamente, el inolvidable Mozart.
Ella tuvo la ventura de escuchar el concierto para piano y para flauta traversa de Mozart, Marcha alla Turca, la quinta y la novena sinfonía de Beethoven y, entre otras, de Tchaikovsky.
En ellas pudo analizar, detenidamente, que todos los instrumentos se comprendían entre sí y conformaban una gran alianza que, como producto de esa unión, se generaba una gran musicalidad que acaricia nuestra trompa de Eustaqueo.
Sobre todo, en el concierto para flauta traversa de Mozart, Hascalana capta que, aquella sinfonía, es una especie de guerrilla, bien organizada, que permite captar un orden cautivador que intenta trasladar al oyente a un espacio mágico donde todo es maravilloso e irreal.
En general, una sinfonía clásica, es una revuelta de los dedos y, también, de las púpilas, ya que ellas nos permiten observar, con celeridad, el valor el tiempo de las notas musicales que se deben de ejecutar.
Por otro lado, en la maravilla del idioma del pentegrama, se encuentra escrito cómo debemos de ejecutar, con nuestros cinco de dedos, una gran grandiosa tonadilla.
La orquesta sinfónica es una competencia equitativa, en la que todos los violines, trompetas, pianos, chelos y flautas, participan de una manera equilibrada y pacífica.
Ningún instrumento es sobrevalorado o subestimado, a la hora de tocar, ya que, la notoriedad de uno de ellos o la tregua del otro, componen una cuadrilla musical.

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